"Esta hora es de tu vida la postrera",
gritó una voz en sueños al impío;
empapado despierta en sudor frío,
erizada de horror la cabellera.
"¡No más un hora!", exclama, y la altanera
vista humilla con ciego desvarío;
¿Cómo alzarla podrá quien con desvío
a la virtud miró que en lo alto impera?
Oye cómo del tiempo van huyendo
las lejanas pisadas. Sordo al lloro
de la piedad, vacila y se confunde;
tiembla, suspira... y con dolor volviendo
la memoria al placer, la vista al oro,
toca a su fin y en el abismo se hunde.
José Joaquín de Pesado.
Tibia en invierno, en el verano fría,
brota y corre la fuente; en su camino
el puente pasa, toca la arquería
y mueve con sus aguas el molino.
Espumosa desciende y se desvía
después, en curso claro y cristalino,
copiando a trechos la enramada umbría
y el cedro añoso y el gallardo pino.
Mírase aquí selvosa la montaña;
allí, el ganado ledo que sestea
parte en la cuesta y parte en la campaña.
Y en la tarde, al morir la luz febea,
convida a descansar en la cabaña
la campana sonora de la aldea.
José Joaquín de Pesado.