Si después de la muerte, todavía
se encuentran nuestras voces dolorosas
y bajo las heladas duras losas
abrasa al pecho el fuego que solía,
prosiga el eco de la angustia mía;
y las verdes colinas que, envidiosas,
dividen nuestras tumbas silenciosas
lo aumenten y repitan a porfía;
para que sea al punto conducido
a Leyla en alas del piadoso viento
hiriendo con amor sus tierno oído.
Así tendré al morir ese contento,
que aunque me halle ya a polvo reducido,
se goce Leyla con mi triste aliento.
El Conde de Noroña.