Cubierto estaba el Sol de un negro velo,
luchaba el viento con el mar hinchado
y él en huecos peñascos quebrantado
con blanca espuma salpicaba el cielo.
El ronco trueno amenazaba el suelo,
tocaba el rayo al monte levantado
y pardas nubes de granizo helado
el campo cobijaban con su hielo.
Mas luego que su clara luz mostraron
los bellos ojos que contento adoro
y a quien el alba envidia los colores,
calmó el mar, calló el viento y se ausentaron
los truenos, pintó el Sol las nubes de oro,
vistióse el campo de olorosas flores.
Luis Martín de la Plaza.
Tiñe tus aguas en señal de luto,
Guadalhorce, y aumenta tu creciente;
llora, pues no verás eternamente
flor en tu margen ni en tus plantas fruto,
que el dios del mar robó, ladrón astuto,
al que honró sol hermoso tu corriente,
como si de oro y de cristal luciente
rebelde le negaras el tributo.
Venganza espera tu afrentosa injuria;
combate al mar con tus arenas hondas,
pide tu sol con guerra, no con ruego,
corre, no temas su arrogante furia,
pues que te dan para vencer sus ondas
agua mis ojos y mi boca fuego.
Luis Martín de la Plaza.
Nereidas, que con manos de esmeraldas
para sangrarle las ocultas venas
de perlas, nácar y corales llenas
azotáis de Neptuno las espaldas
y, ceñidas las frentes de guirnaldas,
sobre azules delfines y ballenas
oro puro cernéis de las arenas
y lo guardáis en las mojadas faldas:
decidme, así de vuestro alegre coro
no os aparte aquel dios que en Eolia mora
ni con valiente soplo os haga agravios,
¿halláis corales, perlas, nácar, oro
tal como yo los hallo en mi señora
en cabellos, en frente, en boca, en labios?
Luis Martín de la Plaza.
Goza tu primavera, Lesbia mía,
y el murmurar de los cansados viejos
encomiéndalo al viento y los consejos
de su trémula voz y lengua fría.
Que aunque al ponerse el sol se apaga el día,
vuelve a encenderse, y con divinos lejos
pinta en los cielos de carmín bosquejos,
oro en los montes con sus rayos cría.
Mas el sol que en tus ojos amanece
y en tus labios purpúrea competencia
agora al alba y al clavel ofrece,
la edad, con invisible diligencia,
en el común ocaso lo oscurece;
¿cuándo tendrá para volver licencia?
Luis Martin de la Plaza. (es imitación de Catulo)
Lidia, de tu avarienta hermosura
pide el tiempo enemigo estrecha cuenta;
ya ni el crespo cabello al oro afrenta
ni las mejillas a la nieve pura.
Tu mentida belleza mal segura
en vano reparar el daño intenta
de la edad, que en sus ojos representa,
con tragedia mortal, la lumbre oscura.
Ya, ya no me verás de noche al viento
bañar de infame llanto tus umbrales,
comparando a la suya tu dureza,
que el tiempo, con efectos desiguales,
me da venganza, roba tu belleza,
te da dolor y cura mi tormento.
Luis Martín de la Plaza.
¿Qué temes el morir, por qué procura,
hombre, tu afecto vida tan ajena
de propios bienes y de males llena,
tan bien guardada cuanto mal segura?
La muerte es fin de tu prisión oscura,
y por quien gozarás la paz serena
de aquella vida donde no la pena
sino la gloria para siempre dura.
Y aunque es la muerte horrenda, no te espante,
que tu bien solicita, pues intenta
que vivas inmortal después de muerto.
Dime, ¿no será loco el navegante
que se quiere quedar en la tormenta
y no llegar a descansar al puerto?
Luis Martín de la Plaza.
La vela de traición y viento llena,
con la vista cansada y el deseo
sigue Arïadna del traidor Teseo
desde la playa que a su llanto suena.
Sus hebras de oro, de piedad ajena,
injuria, y deja en su dorado empleo
al aire rico y al azul Nereo
con perlas que llorando da a la arena.
"Vuelve, ingrato -le dice- y al engaño
con que el honor me quitas no le aumentes
la soledad de estos peñascos fríos.
Mas, ¡triste yo!, que esfuerzo el propio daño,
pues que te dan con que de mí te ausentes
el viento en popa los suspiros míos."
Luis Martín de la Plaza.