Un soneto me manda hacer Violante,
que en mi vida me he visto en tal aprieto;
catorce versos dicen que es soneto:
burla burlando van los tres delante.
Yo pensé que no hallara consonante
y estoy a la mitad de otro cuarteto;
mas si me veo en el primer terceto
no hay cosa en los cuartetos que me espante.
Por el primer terceto voy entrando
y parece que entré con pie derecho,
pues fin con este verso le voy dando.
Ya estoy en el segundo, y aun sospecho
que voy los trece versos acabando;
contad si son catorce, y está hecho.
Lope de Vega.
¡Quítenme aquesta puente que me mata,
señores regidores de la Villa!
Miren que me ha quebrado una costilla,
que aunque me viene grande me maltrata.
De bola en bola tanto se dilata,
que no la alcanza a ver mi verde orilla;
mejor es que la lleven a Sevilla
si cabe en el camino de la plata.
Pereciendo de sed en el estío,
es falsa la causal y el argumento
de que en las tempestades tengo brío.
Pues yo con la mitad estoy contento,
tráiganle sus mercedes otro río
que le sirva de huésped de aposento.
Lope de Vega.
-Conjúrote, demonio culterano,
que salgas deste mozo miserable
que apenas sabe hablar, ¡caso notable!,
y ya presume de Anfïón tebano.
Por la lira de Apolo soberano
te conjuro, cultero inexorable,
que le des libertad para que hable
en su nativo idioma castellano.
-¿Por qué me torques bárbara tan mente?
¿Qué cultiborra y brindalín tabaco
caractiquizan toda intonsa frente?
-Habla cristiano, perro. -Soy polaco.
-Tenedle, que se va. -No me ates, tente,
suéltame. -Aquí de Apolo. -Aquí de Baco.
Lope de Vega.
Tiraba rosas el Amor un día
desde una peña a un líquido arroyuelo,
que de un espino trasladó a su velo
en la sazón que Abril las producía.
Las rosas mansamente conducía
de risco en risco el agua al verde suelo
cuando Juana llegó y al puro hielo
puso los labios de la fuente fría.
Las rosas, entre perlas y cristales,
pegáronse a los labios, tan hermosas,
que afrentaban claveles y corales.
¡Oh pinturas del cielo milagrosas!
¿Quién vio jamás transformaciones tales:
beber cristales y volverse rosas?
Lope de Vega.
Muérome por llamar Juanilla a Juana,
que son de tierno amor afectos vivos,
y la cruel, con ojos fugitivos,
hace papel de yegua galiciana.
Pues, Juana, agora que eres flor temprana
admite los requiebros primitivos;
porque no vienen bien diminutivos
después que una persona se avellana.
Para advertir tu condición extraña,
más de alguna Juanaza de la villa
del engaño en que estás te desengaña.
Créeme, Juana, y llámate Juanilla;
mira que la mejor parte de España,
pudiendo Casta, se llamó Castilla.
Lope de Vega.
Cuando en mis manos, Rey eterno, os miro
y la cándida víctima levanto,
de mi atrevida indignidad me espanto
y la piedad de vuestro pecho admiro.
Tal vez el alma con temor retiro,
tal vez la doy al amoroso llanto,
que arrepentido de ofenderos tanto
con ansias temo y con dolor suspiro.
Volved los ojos a mirarme humanos,
que por las sendas de mi error siniestras
me despeñaron pensamientos vanos;
no sean tantas las miserias nuestras
que a quien os tuvo en sus indignas manos
Vos le dejéis de las divinas vuestras.
Lope de Vega.
-Boscán, tarde llegamos. ¿Hay posada?
-Llamad desde la posta, Garcilaso.
-¿Quién es? -Dos caballeros del Parnaso.
-No hay donde nocturnar palestra armada.
-No entiendo lo que dice la criada.
Madona, ¿qué decís? -Que afecten paso,
que obstenta limbos el mentido ocaso
y el sol depingen la porción rosada.
-¿Estás en ti, mujer? -Negóse al tino
el ambulante huésped. -¡Que en tan poco
tiempo tal lengua entre cristianos haya!
Boscán, perdido habemos el camino;
preguntad por Castilla, que estoy loco
o no habemos salido de Vizcaya.
Lope de Vega.
Pastor que con tus silbos amorosos
me despertaste del profundo sueño;
Tú, que hiciste cayado de ese leño
en que tiendes los brazos poderosos,
vuelve los ojos a mi fe piadosos,
pues te confieso por mi amor y dueño
y la palabra de seguirte empeño
tus dulces silbos y tus pies hermosos.
Oye, pastor, pues por amores mueres,
no te espante el rigor de mis pecados,
pues tan amigo de rendidos eres.
Espera, pues, y escucha mis cuidados;
¿pero cómo te digo que me esperes,
si estás, para esperar, los pies clavados?
Lope de Vega.
¿Qué tengo yo, que mi amistad procuras?
¿Qué interés se te sigue, Jesús mío,
que a mi puerta cubierto de rocío
pasas las noches del invierno oscuras?
¡Oh cuánto fueron mis entrañas duras
pues no te abría! ¡Qué extraño desvarío
si de mi ingratitud el hielo frío
secó las llagas de tus plantas puras!
¡Cuántas veces el Angel me decía:
"Alma, asómate agora a la ventana,
verás con cuánto amor llamar porfía!"
¡Y cuántas, hermosura soberana,
"Mañana le abriremos", respondía,
para lo mismo responder mañana!
Lope de Vega.
Esta cabeza, cuando viva, tuvo
sobre la arquitectura destos huesos
carne y cabellos, por quien fueron presos
los ojos que, mirándola, detuvo.
Aquí la rosa de la boca estuvo,
marchita ya con tan helados besos;
aquí los ojos de esmeralda impresos,
color que tantas almas entretuvo.
Aquí la estimativa que tenía
el principio de todo movimiento,
aquí de las potencias la armonía.
¡Oh hermosura mortal, cometa al viento!
Donde tan alta presunción vivía,
desprecian los gusanos aposento.
Lope de Vega.
Era la alegre víspera del día
que la que sin igual nació en la tierra
de la cárcel mortal y humana guerra
para la patria celestial salía;
y era la edad en que más viva ardía
la nueva sangre que mi pecho encierra
-cuando el consejo y la razón destierra
la vanidad que el apetito guía-
cuando Amor me enseñó la vez primera
de Lucinda en su sol los ojos bellos
y me abrasó como si rayo fuera.
Dulce prisión y dulce arder por ellos;
sin duda que su fuego fue mi esfera,
que con verme morir descanso en ellos.
Lope de Vega.
De hoy más las crespas sienes de olorosa
verbena y mirto coronarte puedes,
juncoso Manzanares, pues excedes
del Tajo la corriente caudalosa.
Lucinda en ti bañó su planta hermosa;
bien es que su dorado nombre heredes
y que con perlas por arenas quedes
mereciendo besar su nieve y rosa.
Y yo envidiar pudiera tu fortuna,
mas he llorado en ti lágrimas tantas,
¡tú, buen testigo de mi amargo lloro!
que mezclada en tus aguas pudo alguna
de Lucinda tocar las tiernas plantas
y convertirse en tus arenas de oro.
Lope de Vega.
Ardese Troya y sube el humo oscuro
al enemigo cielo y, entretanto,
alegre Juno mira el fuego y llanto:
¡venganza de mujer, castigo duro!
El vulgo, aun en los templos mal seguro,
huye cubierto de amarillo espanto;
corre cuajada sangre el turbio Janto
y viene a tierra el levantado muro.
Crece el incendio propio el fuego extraño,
las empinadas máquinas cayendo,
de que se ven rüinas y pedazos.
Y la dura ocasión de tanto daño
mientras vencido Paris muere ardiendo
del griego vencedor duerme en los brazos.
Lope de Vega.
Que otras veces amé, negar no puedo,
pero entonces Amor tomó conmigo
la espada negra, como diestro amigo
señalando los golpes en el miedo.
Mas esta vez que batallando quedo,
blanca la espada y cierto el enemigo,
no os espantéis que llore su castigo,
pues al pasado amor amando excedo.
Cuando con armas falsas esgrimía,
de las heridas truje en el vestido
-sin tocarme en el pecho- las señales;
mas en el alma ya, Lucinda mía,
donde mortales en dolor han sido
y en el remedio heridas inmortales.
Lope de Vega.
Pasé la mar cuando creyó mi engaño
que en él mi antiguo fuego se templara;
mudé mi natural porque mudara
naturaleza el uso, y curso el daño.
En otro cielo, en otro reino extraño,
mis trabajos se vieron en mi cara,
hallando, aunque otra edad tanta pasara,
incierto el bien y cierto el desengaño:
el mismo amor me abrasa y atormenta
y de razón y libertad me priva.
¿Por qué os quejáis del alma que le cuenta?
¿Que no escriba, decís, o que no viva?
Haced vos con mi amor que yo no sienta
que yo haré con mi pluma que no escriba.
Lope de Vega.
Cuelga sangriento de la cama al suelo
el hombro diestro del feroz tirano
que opuesto al muro de Betulia en vano
despidió contra sí rayos al cielo.
Revuelto con el ansia el rojo velo
del pabellón a la siniestra mano,
descubre el espectáculo inhumano
del tronco horrible convertido en hielo.
Vertido Baco, el fuerte arnés afea
los vasos y la mesa derribada,
duermen las guardas que tan mal emplea
y sobre la muralla coronada
del pueblo de Israel, la casta hebrea
con la cabeza resplandece armada.
Lope de Vega.