Fernando de Herrera (Sevilla, 1534 - 1597), llamado en su tiempo 'el Divino' por sus conciudadanos
(siempre parcos en el elogio de lo suyo), comentó a Garcilaso
y escribió innumerables sonetos amorosos.
Pero ¿qué pacífico objetor o suave insumiso no preferirá sus cantos de guerra?
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Osé y temí; más pudo la osadía
tanto, que desprecié el temor cobarde.
Subí a do el fuego más me enciende y arde
cuanto más la esperanza se desvía.
Gasté en error la edad florida mía;
ahora veo el daño, pero tarde,
que ya mal puede ser que el seso guarde
a quien se entrega ciego a su porfía.
Tal vez pruebo -mas, ¿qué me vale?- alzarme
del grave peso que mi cuello oprime;
aunque falta a la poca fuerza el hecho.
Sigo al fin mi furor, porque mudarme
no es honra ya, ni justo que se estime
tan mal de quien tan bien rindió su pecho.
Esta desnuda playa, esta llanura
de astas y rotas armas mal sembrada,
do el vencedor cayó con muerte airada,
es de España sangrienta sepultura.
Mostró el valor su esfuerzo, mas ventura
negó el suceso y dio a la muerte entrada,
que rehuyó dudosa y admirada
del temido furor la suerte dura.
Venció otomano al español ya muerto;
antes del muerto el vivo fue vencido,
y España y Grecia lloran la victoria.
Pero será testigo este desierto
que el español, muriendo no rendido,
llevó de Grecia y Asia el nombre y gloria
Yo voy por esta solitaria tierra,
de antiguos pensamientos molestado,
huyendo el resplandor del sol dorado,
que de sus puros rayos me destierra.
El paso a la esperanza se me cierra;
de una ardua cumbre a un cerro vo enriscado,
con los ojos volviendo al apartado
lugar, solo principio de mi guerra.
Tanto bien presenta la memoria,
y tanto mal encuentra la presencia,
que me desmaya el corazón vencido.
¡Oh crüeles despojos de mi gloria,
desconfïanza, olvido, celo, ausencia!;
¿por qué cansáis a un mísero rendido?
Yerto y doblado monte, y tú, luciente
río de mi zampoña conocido,
cuando de los pastores el gemido
canté y mi mal con cítara doliente;
si nunca en vuestra cima y pura fuente
de oír se deja mi dolor crecido,
y si por el camino que han seguido
otros, su afán llorando, voy presente,
dos bellos ojos y un semblante honesto
son causa; que cantar bien deseara
el principio y los fines de las cosas.
El tiempo a todo pone en ser perfeto;
espero pues -si me es la edad no avara-
mostrar cuán varias son y cuán hermosas.
Temiendo tu valor, tu ardiente espada,
sublime Carlo, el bárbaro africano,
y el espantoso a todos otomano
la altiva frente inclina quebrantada.
Italia en propia sangre sepultada,
el invencible, el áspero germano
y del francés osado el pecho ufano
al yugo rinde la cerviz cansada.
Alce España los arcos en memoria,
y en columnas a una y otra parte
despojos y coronas de victoria;
que ya en tierra y en mar no queda parte
que no sea trofeo de tu gloria
ni resta más honor al fiero Marte.