Pedro de Espinosa (Antequera, 1578 - Sanlúcar, 1650) fue antólogo de sus contemporáneos (Flores de los poetas ilustres de España, Valladolid 1605), ermitaño en Archidona y capellán del duque de Medina Sidonia.
Volver a autores...
Honra del mar de España, ilustre río
que con cintas de azándar y verbena
ciñes tu margen, de claveles llena,
haciendo alegre ultraje al cierzo frío,
si ya con tierna planta y dulce brío
vieres la ingrata, causa de mi pena,
hurtar tus perlas y besar tu arena,
baña sus huellas con el llanto mío.
Así la aurora vierta por tu orilla
canastillos de aljófar y esmeraldas,
olor las auras, flores el verano.
Y, si esto es poco, así mi pastorcilla
cuando tus lirios ponga en sus guirnaldas
te dé licencia de besar su mano.
Con planta incierta y paso peregrino,
Lesbia, muerta la luz de tus centellas,
llegaste a la ciudad, de las querellas
sin dejar ni aun señal de tu camino.
Ya el día, primavera y sol divino,
de tus ojos, tu labio y trenzas bellas,
dieron al agua, al campo, a las estrellas,
luz clara, flores bellas, oro fino.
Ya de la edad tocaste tristemente
la meta, y pinta su victoria ingrata
con pálida color el tiempo airado.
Ya obscurece, da al viento, vuelve en plata,
de los ojos, del labio, de la frente,
el resplandor, las flores, el brocado.
Rompe la niebla de una gruta escura
un monstruo lleno de culebras pardas
y, entre sangrientas puntas de alabardas,
morir matando con furor procura.
Mas de la escura, horrenda sepultura
salen rabiando bramadoras guardas,
de la Noche y Plutón hijas bastardas,
que le quitan la vida y la locura.
De este vestigio nacen tres gigantes
y de estos tres gigantes, Doralice;
y de esta Doralice nace un Bendo.
Tu, mirón, que esto miras, no te espantes
si no lo entiendes; que, aunque yo lo hice,
así me ayude Dios que no lo entiendo.
En turquesadas nubes y celajes
están en los alcázares impirios
con blancas hachas y con blancos cirios
del sacro Dios los soberanos pajes.
Humean de mil suertes y linajes
entre amaranto y plateados lirios
inciensos indios y pebetes sirios
sobre alfombras de lazos y follajes.
Por manto el Sol, la Luna por chapines,
llegó la Virgen a la impiria sala,
visita que esperaba el Cielo tanto.
Echáronse a sus pies los serafines,
cantáronle los ángeles la gala
y sentóla a su lado el Verbo santo.
Su pobre origen olvidó este río
y en anchos vados espumoso espanta
al que, armado de robles, se levanta,
valiente monte, a contrastar su brío.
Pasa con inconstante señorío,
en sus ondas ufano, y adelanta
al ancho mar la irrevocable planta
en donde ahoga el nombre y pierde el brío.
¡Oh tres y cuatro veces desdichada
miseria humana, que soberbia puedes
disimularte en sombra lisonjera!
Hombre, hijo de la tierra y de la nada,
¿cómo, yendo a la muerte, te concedes
olvido vil de tu nación primera?