Juan de Arguijo

Juan de Arguijo (Sevilla 1564 - 1623) heredó de su padre y de su suegro enormes fortunas, que gastó por completo en festejos y mecenazgos.
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Primeros versos



Lamento de Ariadna.

"¿A quién me quejaré del cruel engaño,

árboles mudos, en mi triste duelo,

sordo mar, tierra extraña, nuevo cielo,

fingido amor, costoso desengaño?

Huyó el pérfido autor de tanto daño

y quedé sola en peregrino suelo

do no espero a mis lágrimas consuelo,

que no permite alivio mal tamaño.

Dioses, si entre vosotros hizo alguno

de un desamor ingrato amarga prueba

vengadme, os ruego, del traidor Teseo."

Tal se queja Ariadna en importuno

lamento al cielo y entretanto lleva

el mar su llanto, el viento su deseo.

Juan de Arguijo.


Al Guadalquivir.

Tú, a quien ofrece el apartado polo,

hasta donde tu nombre se dilata,

preciosos dones de luciente plata

que envidia el rico Tajo y el Pactolo;

para cuya corona, como a solo

rey de los ríos, entreteje y ata

Palas su oliva con la rama ingrata

que contempla en tus márgenes Apolo;

claro Guadalquivir, si impetuoso

con crespas ondas y mayor corriente

cubrieres nuestros campos mal seguros,

de la mejor ciudad, por quien famoso

alzas igual al mar la altiva frente,

respeta humilde los antiguos muros.

Juan de Arguijo.


Soneto.

En segura pobreza vive Eumelo

con dulce libertad y le mantienen

las simples aves que engañadas vienen

a los lazos y ligas sin recelo.

Por mejor suerte no importuna al Cielo

ni se muestra envidioso a la que tienen

los que con ansia de subir sostienen

en flacas alas el incierto vuelo.

Muerte tras luengos años no le espanta

ni la recibe con indigna queja,

mas con sosiego grato y faz amiga.

Al fin, muriendo con pobreza tanta,

ricos juzga a sus hijos pues les deja

la libertad, las aves y la liga.

Juan de Arguijo.


A Dido, oyendo a Eneas.

De la fenisa reina importunado

el teucro huésped le contaba el duro

estrago que asoló el troyano muro

y echó por tierra el Ilïón sagrado.

Contaba la traición y no esperado

engaño de Sinón falso y perjuro,

el derramado fuego, el humo oscuro,

y Anquises en sus hombros reservado.

Contó la tempestad que embravecida

causó a sus naves lamentable daño,

y de Juno el rigor no satisfecho.

Y mientras Dido escucha enternecida

las griegas armas y el incendio extraño

otro nuevo y mayor le abrasa el pecho.

Juan de Arguijo.


A Lucrecia.

Baña llorando el ofendido lecho

de Colatino la consorte amada;

y, en la tirana fuerza disculpada,

si no la voluntad castiga el hecho.

Rompe con hierro agudo el casto pecho

y abre camino al alma que, indignada,

baja a la oscura sombra do, vengada,

aún duda si su agravio ha satisfecho.

Venció al paterno llanto endurecida

y de su esposo el ruego que no basta

menospreció con un fatal desvío.

"Ceda al debido honor la dulce vida,

que no es bien", dijo, "que otra menos casta

ose vivir con el ejemplo mío".

Juan de Arguijo.


A D. Fernando de Saavedra.

Mira con cuánta prisa se desvía

de nosotros el sol al mar vecino

y aprovecha, Fernando, en tu camino

la luz pequeña deste breve día.

Antes que en tenebrosa noche fría

pierdas la senda y de buscarla el tino

y aventurado en manos del destino

vagues errando por incierta vía,

hágante ajenos casos enseñado

y el miserable fin de tantos pueda

con fuerte ejemplo apercibir tu olvido.

Larga carrera, plazo limitado

tienes, veloz el tiempo corre, y queda

sólo el dolor de haberlo mal perdido

Juan de Arguijo.


Soneto.

De ciega oscuridad y horror cubierta

está la tierra, en tanto que el hermano

de la silvestre diosa sale ufano

del rojo Oriente por la ebúrnea puerta.

Ante sus ojos ve la muerte cierta

el piloto en el piélago inhumano

mas dando el viento a sus deseos la mano

en vida trueca la esperanza muerta.

Tras la importuna guerra se consigue

para dichosos años paz segura.

Tú, pues, en medio de tus males fía:

que al fin es cosa cierta que se sigue

tras la tormenta, guerra, noche oscura,

buen tiempo, dulce paz, alegre día.

Juan de Arguijo.