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La explicación científica

El concepto de explicación se amplía y se modifica cuando surge la ciencia moderna que, a partir de observaciones, experimentos e inducciones, enuncia leyes que explican y predicen los fenómenos naturales. Al menos, este el punto de vista predominante y ortodoxo, expresado por John Stuart Mill en su influyente obra A System of Logic (1843): la ciencia descubre patrones en la experiencia —las leyes— y explicar un fenómeno es subsumirlo en tales leyes. En palabras de Mill (A System of Logic, Book III, Chapter XII, par. 1),

Este es el llamado modelo nomológico-deductivo de la explicación científica, propuganado por muchos pensadores de los pasados dos siglos y formulado con precisión por Carl G. Hempel en el marco de la Filosofía de la Ciencia de la primera mitad del s. XX (Hempel y Opperheimer, 1948) (el adjetivo nomológico viene de la palabra griega nomos, ley).

En este modelo, una explicación consta de dos elementos: una sentencia que describe el fenómeno que hay que explicar (explanandum, como se suele llamar recurriendo al latín) y un conjunto de sentencias que dan cuenta de este fenómeno (explanans). Estos elementos deben cumplir ciertas condiciones.

En primer lugar, el explanandum debe ser una consecuencia lógica del explanans (de ahí el adjetivo «deductivo» que califica el modelo): las sentencias que constituyen el explanans son las premisas de un argumento válido cuya conclusión es el explanandum (además, para que la explicación sea válida, es necesario que las sentencias del explanans sean verdaderas).

Por otra parte, una o varias de las sentencias del explanans deben ser «leyes naturales» (de ahí el adjetivo «nomológico» para el modelo), es decir, enunciados generales que expresan regularidades de la naturaleza; y estas leyes deben ser relevantes, es decir, necesarias para la derivación del explanandum; de forma que si se eliminaran del explanans, la dedución dejaría de ser válida.

El resto del explanans está constituido por enunciados particulares que describen las «condiciones iniciales o antecedentes» que se dieron previa o simultáneamente al fenómeno que se desea explicar.

Todo esto se esquematiza en la Fig. 1, tomada de (Hempel y Opperheimer, 1948).

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Figura 1. Estructura de una explicación nomológico-deductiva

Por ejemplo, supongamos que queremos explicar la apariencia doblada de un remo parcialmente sumergido en el agua. La sentencia que expresa que el remo aparece doblado será el explanandum. El explanans estará constituido por (1) el enunciado de las leyes de la refracción de la luz (ley general); y (2) los enunciados que describen la situación del remo, el agua y el observador (condiciones iniciales).

El lector atento notará la similitud de este modelo con el llamado silogismo jurídico, que constituye el modelo más clásico y extendido del razonamiento jurídico y puede enunciarse así:

Nótese que el silogismo jurídico se presenta en esta cita primeramente como una justificación o, dicho en otros términos, como una explicación de cierta decisión tomada. Aunque el decisor haya seguido otro camino mental para llegar a la decisión, a la hora de explicarla la presentará como una deducción a partir de la Ley (reglas jurídicas generales de la forma Si ... entonces ...) y de los «hechos operativos» presentes en el caso decidido.

Volviendo al modelo de Hempel, diremos que para él la explicación y la predicción son dos aspectos de un mismo proceso: la diferencia es meramente pragmática. Para Hempel, «una explicación no es completamente adecuada a menos que su explanans, tomado en consideración a su debido tiempo, hubiera podido servir como base para predecir el fenómeno considerado.» Por esta razón, Hempel no considera auténticas explicaciones científicas muchas de las que se suelen ofrecer, especialmente fuera de las ciencias físicas. Incluso dentro de estas, las explicaciones basadas en correlaciones o propensiones estadísticas tampoco son propiamente explicaciones.

Esta postergación de las explicaciones estadísticas no dejó conformes a todos los filósofos, gente argüidora y descontentadiza. Por ejemplo, Salmon propuso un modelo de explicación científica basado en la idea de relevancia estadística (Salmon, 1971). Pero, como todos deberían saber, «correlación no es causalidad»; así que acabó complicando su modelo para tener en cuenta ese escurridizo concepto (Salmon, 1984). No expondremos aquí estas teorías, que se alejan demasiado de nuestro modesto propósito.

Pero, incluso limitándose a considar las reglas generales y no probabilísticas que propugna el modelo de Hempel, la cuestión de qué es una «auténtica» ley científica no es fácil de responder. Un ejemplo clásico es el siguiente: Todas las manzanas que hay ahora en este cesto son rojas. Esto se puede enunciar como una implicación universalmente cuantificada, es decir, con la misma sintaxis de una ley; sin embargo, es difícil aceptar que lo sea; menos aún que este enunciado explique el color de la manzana que acabo de sacar del cesto. ¿Por qué? Quizás alguno diga que no contribuye a nuestra comprensión del fenómeno (el color de la manzana extraída). Lo cual nos lleva a la relación entre explicación y comprensión, que será el tema de la siguiente entrada.



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